Desde corta
edad estuve afectada por diversos agravios en mi vida. Comencé con
una terrible enfermedad, o por lo menos a mí por aquel entonces me
lo pareció. Con casi ocho años comenzó el suplicio de la fiebre en
cotas altísimas, dolores articulares y la limitación en las
actividades normales de mi vida. Crecí con ello. Recuerdo estar con
demasiada frecuencia en consultas
médicas y salas de hospital.
Evoco como si fuera
ayer, la presencia de mi madre con cada respiración exhalaba,
cogidita siempre de su mano… empapada en un tremendo e
incomprensible caos emocional. Recuerdo llorar
desconsoladamente cuando el facultativo le indicaba a ella un nuevo
internamiento para poder realizar las correspondientes pruebas
médicas y atajar lo antes posible el mal… afrontar
muchas noches con los sudores
perseverantes y abundantes que acompaña la extrema calentura,
sepultada en abultadas mantas de algodón compartiendo habitación en
aquellas estancias donde hasta nos reuníamos cinco personas...
Afanarse la enfermera con
extrema profesionalidad y
voluntad, en administrar lo
necesario para intentar controlar esa alta temperatura. Los
antitérmicos, sales de oro, y la prednisona constituyeron polizones
indiscutibles de mi vida. En el respeto de la noche
junto
a las sombras del silencio, la recuerdo oír sus silenciosos pasos
deambular a lo largo del pasillo. Me suministraba medicación y
acarreaba la riñonera metálica cargada de abundantes paños de
alcohol en aquellas eternas veladas de guardia, tan sabiamente
defendidas como lo hiciera el capitán de un navío.
Cuando me encontraba
mejor, me levantaba y paseaba por
las zonas comunes después
de cenar. Desde el pasillo y cerca del control, observaba al personal
sanitario como organizaban el carro de los últimos suministros
alimenticios por un lado, y el de la medicación por otro. Evoco unas
manos impolutas, preparando las dosis en vasitos perfectamente
rotulados e identificados -número de habitación y cama- para ser
distribuidos sin toparse son la confusión.
Tras el reparto y la
ingesta de los fármacos, comenzaba el apagado de luces y en
consecuencia, la llamada al descanso. En alguna ocasión, la
atmósfera denunciaba un aire enrarecido, ajeno. Su murmullo
argumentaba confusión inusitada, más preocupante de lo normal que
en otra cualquier noche...
- “La enfermera ha sugerido no salir de las habitaciones, mantener las puertas cerradas y respetar con nuestra quietud, el descanso de los demás pacientes.”
Ese rumor imprevisto,
encajaba con alguna circunstancia excepcional... La mañana siguiente
ofrecía respuestas a determinadas incógnitas suscitadas en la
víspera. Con toda la discreción posible y la tristeza reinante, se
murmuraba el fallecimiento de alguien... La mayoría de los
internados ni se percataban de lo acaecido.
Cuando yo obtenía el
alta médica, debía hacerme alguna revisión en consultas externas.
La organización y responsabilidad en éstas, recaía por entero de
la enfermera... Búsqueda de Historias Clínicas, peticiones
complementarias, citas, orden de llamada... Toda una estrategia para
consolidar el buen funcionamiento en el cuidado de la salud del
paciente.
El
trayecto de mi vida
se fraguó inmerso en el sufrimiento y en la fatídica pésima
fortuna. Rinoplastias, intervenciones menores, eventualidades
deportivas y un trágico accidente automovilístico conformaron la
primera fase de vida.
Sin centros asistenciales, y los verdaderos artífices del
seguimiento de la enfermedad, el cuidado de enfermería, nada hubiera
progresado de igual manera...
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