sábado, 18 de julio de 2015

                    EVA


Estacionada en el interior de una pequeña isleta – dibujada con su propósito sobre  el asfalto- como de costumbre, en una calle no muy céntrica, leía –como de costumbre-. Esperando la hora de recoger a los chicos de la escuela. Retiré por un momento los ojos del libro ante la presunción de tener otro vehículo en mis cercanías.  En su interior una joven me gesticulaba su mano como queriendo averiguar algo. Pero no conseguí desentrañar nada, así que me indujo sin más preámbulos, a abandonar mi asiento y aproximarme hacia ella… -¿Te puedo ayudar? Le pregunté interesada. - Sí por favor. ¿Me puede indicar dónde hay un estanco? – dijo                ¡Madre! Pensé. Si yo sólo estoy de paso por esta zona. La transito a diario, pero conozco poco… Comencé ofreciéndole unas embrolladas indicaciones. Recordaba haber visto uno, si bien, en ésos momentos… ¡Sí! Ya. Lo único que era bastante complicado llegar hasta allí por las  eternas obras del “Metropolitano”. Pero aquello no bastó, pues no se me ocurrió otra cosa que invitarla a proseguir con la búsqueda en su vehículo, aunque ahora conmigo dentro. Ya en el interior, se lo aclaré con más precisión… “y como el estanco  está muy cerca del cole de mis hijos, te lo enseño y yo ya me voy…” En una primera visión, descifré una nebulosa confusa adueñándose de su cabeza, apreciando que asimilaba con rapidez mi respuesta.  Apartó unas pertenencias apoyadas en el asiento del copiloto y dijo que subiera.         Comprendí ya acomodada, mi imprudencia, pero era tarde para rectificar.  Entablamos una primera conversación sobre el tráfico reinante.  Mientras ella circulaba, yo le iba indicando el camino. Recuerdo soltarle una expresión rara, complicadas al ciudadano de a pie – a veces me salen-, que en  primera instancia, le hizo recapacitar; después se le relajaron sus labios lentamente…  Me agradó su sonrisa, ofrecía más datos de su persona y sobre aquel encuentro,  tan fugaz como atrevido.  Su semblante en general, despedía una mezcla de timidez y seriedad… y quizás asombro.  En el lugar donde detuvimos el coche, no había rastro del establecimiento citado.  Bajé la ventanilla y  pregunté por su ubicación a un chico que permanecía de pie en la acera. Al aproximarse a nosotras pude recrearme efímeramente en su aspecto. De actitud tranquila, ojos verdes y buena dicción. Nos ofreció, entre duda y obnubilación, -las obras dificultaban el trazado lógico y el entendimiento –, el recorrido que debíamos seguir para culminar el propósito. Empezamos a rodar con lentitud. Hice un comentario hacia nuestro colaborador ejerciendo un inciso picante y morboso de su aspecto. Ella me respondió, balbuceante y temerosa “…hace mucho que abandoné ese camino…, ahora soy otra…, me costó mucho aceptarlo…” No le dí la mayor importancia y le respondí que si estaba bien y conforme con su elección, que nada debía preocuparle… La afluencia de vehículos continuaba inundando las calles y la cordura, pero en una última pretensión, conseguí concentrarme en lo que debía hacer.  Nos intercambiamos e-mails por sugerencia suya. Llegamos al lugar oportuno, y le indiqué donde debía detenerse… Marché presurosa, con quizá una dosis de frialdad en la despedida. Al alejarme no quise mirar hacia atrás, el camino  aún era largo. Ahí se bifurcarían nuestros destinos…


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