sábado, 29 de julio de 2017





 De repente… abrió los ojos. Advirtió que lo acaecido en el pasado, no era una   circunstancia causal. Mentalmente fue encadenando hechos, aquéllos que etiquetó como anecdóticos, porque sacudiendo la cabeza una y otra vez se decía, “esto no puede ser cierto, no me ha podido suceder a mí”.  Pero sí. Retirándose la opaca venda de los ojos, descubrió que el punto de partida, el kilómetro cero no solo se situaba en Madrid, sino postrado a los pies de su cama, circundando su vida.

Y en aquella jornada veraniega, cuando la tarde por fin se iba desplomando, ella esperaba un día más la llegada de su flamante marido.  Unas veces descansada sobre el balaustre metalizado del balcón exterior, otras, acomodada en una silla de enea. Henchida de pasión esperaba su regreso.  Por aquel desempeño en la venta libre, de ordinario el reloj se sublevaba para su desesperación, desafiando la espera, pareciendo caminar con más lentitud de unos días a otros.  Los efectos de las altas temperaturas estaban patentes sobre la piel de aquel hombre y el estado físico denunciaba agotamiento intenso.
La noche iba ganando terreno, precipitándose con una antipatía que provocaba. La angustiosa espiral iba formando un cerco cada vez más cerrado, cada vez más difícil de vivir. Y sobrevino lo impensable acurrucados en aquel aparente ambiente marital envidiable.  Comenzaba a fraguarse las primeras señales de metamorfosis. Una mudanza forzada que progresivamente iba afectándole a ella con gravedad, a su estado emocional, a su serenidad, optimismo y anhelos.
La flamante esposa se dirigió una vez más al balcón buscando un poco de aire fresco que le proporcionara clemencia y deleite. Llegó al hogar su esposo. Lo primero fue indagar con un tono disgustado y a bocajarro, porqué le aguardaba en esa actitud y con semejante atuendo: quítate de esa postura. Así estás provocando al vecino de enfrente; además, cierra tus piernas mejor – continuaba arremetiendo… no sabes sentarte con esa minifalda, ni llevarla correctamente como las chicas de pasarela” …
            En un principio, lo entendió como un hecho aislado, pero se presentaba más serio. Cuántas reacciones compulsivas lograría descifrar tiempo después a raíz de aquellas intervenciones. Nunca con anterioridad había presenciado semejante malestar, ni expuso
tales pensamientos su parte. Lamentablemente sin intuirlo, eso solo se trataba de un extremo del llamado Iceberg de la Violencia de Género y su progresión comenzaría ser inequívoca.
Asida de su mano y sin imaginarlo, cruzaría incontables caminos abruptos e irracionales. Dicho témpano frío y de apariencia sólido e indestructible, marcó tristemente su existencia y con los años, la de su hijo. Y llegó el día en que se quitara la venda de los ojos y el transcurrir del tiempo le dotara de explicaciones a cada circunstancia malvivida. La convivencia con él - su relación marital-  estaba basada en el dominio y el control. Todos los momentos compartidos, circundaban el mismo trayecto. Ella no era consciente del devastador maltrato que su conducta le ejercía a su persona. Su esposo y abusador, estaba perfectamente camuflado en una gestión que en primera instancia despistaba. Su buen trabajo perseguía impactar al pronto.
Perfecto caballero, correcto, simpático y atento, luciendo un brillo extenuante. La meta se centraba en trabajar la provocación, endosándole sentimientos de inferioridad, así como evidenciar públicamente sus errores… saber ocultarse para salir indemne de las situaciones y recurrir a la burla mezclándole fuertes dosis de ironía. En conjunto, un desprecio sutil para encajonarla en el vacío. No se dejaba cabos sueltos. Perfecto calculador, con idea de originar un mayor perjuicio. Incluso, para rematar la administración de autoestima, le mortificaba abiertamente y sin tapujos colocándose el dedo índice en la sien de su cara significando que andaba desequilibrada. Pero el comportamiento de ella amparaba el silencio, rara vez respondía a sus ataques, lo que él interpretaría en el tiempo como obediencia y sometimiento. En alguna ocasión saturada, le reprochaba su última embestida y en desquite le destacaba los defectos “Mira que eres…”  La réplica no se hacía esperar, atravesando sus sentidos con extrema fugacidad: “Pues anda que tú…”
Hundido en su propia miseria, solía aferrarse a la fantasía con idea de fortalecer sus desproporcionados argumentos, para consolidar el objetivo de salir siempre airoso y enfundado en guante blanco. Jugaba a la ignorancia cuando ella le formulaba ciertas preguntas con insistencia al no obtener un resuelto dictamen.  Enfurecido emitía un veredicto agriado… “Ya, ya, si te he escuchado, no indagues más en lo mismo…”. Realizaban la compra semanal, y al término de la misma., al subir las pesadas bolsas, su cónyuge indicó al hijo dónde las debía ir depositando. El pequeño se despistó ignorando la propuesta. Él entonces se enfureció con ímpetu al no ver satisfechas sus órdenes y la esposa que aprecia las intenciones venideras, se dirigió cariñosamente a su retoño con intención de despertarle de esa obnubilación momentánea y puder obedecer sin más. Su consorte que hervía en su desesperación, retrocedió hacia él y con una furia contenida y sin límites, sus labios se desmarcaron, pronunciando lo que sus sentimientos no ocultaban pero silenciaban… ¡Mira tu madre…SUMISAAAA!!. Ella afanada en la discreción y sutileza, dispersó el instante no concediendo importancia alguna al hecho con objeto de no provocar ningún tipo de mella en el pequeño. Sus pretensiones siempre se basaban en la protección. Aislarlo de una nueva bravuconería.
                        Las quejas sobre la forma de educar al retoño atravesaron la cantinela inoportuna, en ocasiones acalorada y cansina porque traslucía otro arrojo de insuficiencia a sus capacidades. Aducía entre otras cuestiones dolientes que pareciera tenerlo secuestrado por su negativa a criarlo fuera del seno familiar. Presentando como opción primera, a su familia de procedencia. Juego que no secundaba la esposa y tampoco satisfacía sus deseos, lo que se apresuraba a dictaminar con rabia una locución recubriéndola con cierto veneno…” Quién todo lo quiere, todo lo pierde” ...
Difundía sus batallitas como si de fascículos se tratara, anteponiendo las conquistas cosechadas frente a las derrotas de ella. La que provocó que ésta dejara de compartir experiencias cotidianas con él porque si el resultado no se presentaba satisfactorio, le objetaba “La culpa es tuya… No lo ejecutaste de tal o cual manera”.
            El aspecto económico era puro equilibrio del ying-yang. Años atrás dictaminó que él saldría a trabajar y ella quedara en casa cuidando del hijo. Ostentaban una pequeña empresa donde defendía labores de secretaría y otras de menor cualificación. Rápidamente se supo que pieza personificaría en su ajedrez.  Pasados unos meses salió de allí por pies, abatida, inútil, desprendiendo una pésima imagen de sí misma. “Es mejor que tú te quedes en casa con el niño y yo continuaré aquí…  - sentenció”. Por consiguiente, se convertiría por decisión, en la persona que aportara el capital al hogar y es cuándo comenzaría a cuestionarse la capacidad administrativa de “la reina de la casa”. La dualidad entre, “arréglatelas con lo que te doy “y ¡¡RIDÍCULA, ERES UNA RIDÍCULA!!”  afirmaba una vez más el panorama desolador por el que vagaba.  La vida con él y su inseparable sombra siempre la mantendría en vilo como si se tratase de lluvia torrencial, una ruleta rusa con la inquebrantable pistola siempre atenta. El perfecto marido se iba deshonrando como militar por traición, aunque continuaba aireando su aspecto de dandi…




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