martes, 5 de agosto de 2025

 



                              EL  OBSEQUIO  DEL  DESTINO


          Poseía cierto ángel en su sufrido rostro extranjero, duramente azotado debido a posibles desgracias su tierra natal -en este caso los Países del Este de Europa.  Su amable sonrisa eludía la presencia de otros rasgos, no tan atrayentes, que su rostro  reflejaba como aquel ojo que marchaba algo desorbitado al parecer producto de algún mal desarrollado en su infancia. Lo cierto es que por cada parpadeo éstos desprendían unas sospechosas ráfagas de resignación. La sensibilidad de Lucía se retorcía al verla salir de la casa donde trabajaba como mujer interna. Martina era un prototipo más de la crueldad de la emigración, del desarraigo familiar por motivos económicos.

            Lucía adquirió una casa con el que luego fuera su marido hacía ya unos diez años aproximadamente. Empezarían la convivencia a la nada despreciable edad de la treintena a sus espaldas. Ella estaba muy sensibilizada con esta problemática vivida en propia piel y casos ajenos. Tomó la decisión, como veredicto a un juicio inventado, de alejarse de todo calor humano, harta ya de involucrarse en estos temas y casi siempre, perderse en la hondura del fracaso.

            El pariente de Martina estaba enterado de cuánto acontecía, pero no quiso alertarla de ninguna de las maneras. Lo prioritario ahora se centraba, aunque tuviera que maquillar la realidad, en hallar un puesto de trabajo para enviar a su deteriorado país de origen. Éste conocía la actividad laboral del propietario de la finca número 11 de la calle Ébano y pese a ello, le pareció una buena manera de traer a Martina a España con un contrato de trabajo y de forma legal.

            Ernesto estuvo una temporada corta compaginando los dos empleos. El suficiente hasta conocer al perfecto contacto. Le permitió la salvación al tedioso problema de cuidar a un niñito al que apenas conocía, pese a ser suyo propio y cuyo interés solo despertaba cuando la conciencia se transformaba en picor de cabeza y recordaba que poseía una obligación sobre éste. Ya estaba en la familia Martina. A Alex le obsequió el destino con algo mejor aún que una caja del mejor chocolate existente en el mercado, mejor aún que los juguetes con los que Ernesto conquistaba las imperceptibles y dóciles sonrisas de su hijo, resultó ser la mejor abuelita del mundo. Llenó su vida de un cariño privado ya antes de nacer. Era su mejor compañera de juego, la persona a quién arrojaba sus lamentos en días difíciles. Le preparaba comidas, ropa limpia y el besito al acostarse… casi como a la Mamá que no sentía cerca.  Ésta le visitaba fines de semana, o lo que la distancia le permitiera…u otras circunstancias incomprensibles para el pequeño.

            Sábados y domingos Martina descansaba y los pasaba con una hija casada con el "perfecto contacto" y un nieto un año mayor que Alex. Ellos eran igualmente emigrantes, exiliados por los mismos motivos. Vivían en un pueblo del cinturón de la capital. Aunque martina dejó marido y otro hijo y demás familia en su tierra, éstos le llenaban el vacío de la lejanía. Alex como sabía, también le ayudaba enormemente a suplir el desarraigo. Pero las circunstancias empezaron a cambiar de rumbo… El motivo principal por el que ella estaba en tierras hispanas empezaba a entrar en fases de deterioro: dejó de percibir el sueldo pactado. Las ilusiones se iban desvaneciendo. Ya no vivía con la misma felicidad. Los meses se agolpaban en esta situación insostenible. Supo de otro buen trabajo. Reflexionó y lloró por el nieto postizo…El tiempo expiraba y no podía enviar dinero a su familia lejana. No encontró otra salida que marcharse, aunque con una pena incalificable clavada en el alma.

 


                            ESTRELLA  DE  ÁNGELES  BAMORE

 


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