
QUIZÁS LO INTUÍA…
… y recuerdo volver
a atravesar el largo patio del Colegio no exenta de escepticismo y recelo,
después del anterior encuentro con la única persona allí presente. Días extremadamente fatigosos; agotamiento y
cansancio en esas jornadas de trabajo.
Una señora bajita con aires presuntuosos, me ofreció la información
necesaria que necesitaba para culminar mi fin. Utilicé con probada intención mi
pie derecho, en primer lugar, al introducirme en las distintas estancias, hasta
llegar a las dependencias de la Directora que casualmente ya tuve el gusto de
conocer. Reconocía el camino, así que me dirigí en un único itinerario, sin
titubeos, al igual que el tema a tratar. Unas mariposillas inquietas me
acompañaron durante todo el trayecto, violentando mi interior. Era consciente, sin lugar a dudas, de los
desacuerdos con ésta en la primera entrevista, y también que la pondría en
jaque nada más verme, restándome credibilidad. Tendría que ingeniar alguna
argucia para favorecer mi imagen y de nuevo renovaría la petición, pese estar
medio pactado con el “Supremo”. Por aquel entonces, mi marido no cesaba de
castigarme por no tomar una decisión definitiva, a tiempo sobrado y de su pleno
agrado ¡claro! sobre esta cuestión. De ahí la ambición que me impuse.
Significaba una gran victoria agotar todas las vías posibles para lograr ubicar
a mi hijo en el Centro. Matricularlo en el curso correspondiente a su edad –se
trataba de enseñanza no obligatoria-, o por el contrario continuar su formación
en la guardería un tiempo más, era la gran disputa entre ambos. Y marché al
lugar idóneo, sólo que, con poco margen de tiempo. El vencimiento expiraba a
finales de mes y unos días festivos locales volvieron a sentarme en el
banquillo, no dejándome formalizar la inscripción el primer día hábil
correspondiente…” Pues no, llega usted fuera de plazo –me expresó la cabeza
visible con voz sobria y experimentada… éso ya depende Delegación… Los días
restantes sucumbían al mismo paso que la eficacia ante mi cónyuge. El ingenio,
por contra, me colocó la zancadilla y fui a caer a las mismas faldas de la
Representación. Ciertamente esperaba un trato distinto de ésta señora, que no
adoptó sutileza alguna en todo su argumento, al rechazar tajantemente mi
petición. Esto provocó agotar la última posibilidad, antes que mi desesperación
alcanzara niveles máximos. ¡Y tuve suerte!, la verbosidad que como un huracán
deseaba exprimir de mis pensamientos, dio sus frutos. Hubo entendimiento
colateral – sin necesidad de expresar en exceso mi situación límite- entre aquél
señor delgado y chepudo, con tintes de preocupación… “No se preocupe – habló
decididamente, daré notificación personal al Centro”. Y marché feliz por la
victoria. No sólo por conseguir ubicar a mi peque en esas sublimes paredes,
sino también por… por no volver a escuchar el repiqueteo inquisidor de mí
marido…
Repaso
con claridad algunas escenas mágicas de aquellos primeros días de acercamiento
y coqueteo entre los destacados mini alumnos y profesora… Atareadísima.
Entregada y volcada en tales horas tan decisivas. Mimando cada segundo. De ahí
más tarde se extraerían los frutos… “Buenos días. Voy a estar con vuestros
hijos los próximos años…”- nos dijo aquella profesora alta, con gran dinamismo
y reposo asociados… Las pautas de trabajo serán…
Un
tiempo de felicidad afianzaría los fatales inicios, esculpiendo los tropezones,
dotándolos de una elasticidad que el tiempo me permitiría moldear. Después del calvario atravesado, esta
educadora, de voz cálida y modales prudentes, supondría un reencuentro con la clandestina
suerte. Mi ingenuidad y escasa experiencia, provocó que los malos momentos lo
hiciese trasnochar, olvidándome de éstos por unas buenas horas. Algunos lunes
de tutoría, me apoyaba inocentemente en ella. Medicinaba mis pulmones como si
estuviera en un bosque de eucalipto. Esto provocaba deslizarme con otro talante
durante la semana recién estrenada.
Años
más tarde, concurrirían circunstancias parecidas con mi segundo hijo; mis pies
nuevamente caminarían sobre ese mágico recinto. Entre unas cosas y otras,
navegar desolada ante unas tumultuosas aguas – a veces salpicaban con dureza mi
rostro- sería la nota imperiosa durante muchos años. Pareciera que la fiera
suspirante al acecho de su presa, emprendiera un protocolo sin final. …y yo sin
tener espíritu de lucha, lucha…
Contraje
matrimonio sin conocer realmente la profundidad de la hondonada, forma, tamaño…
Mi ingenuidad, y quizá mi excesiva indulgencia ante lo que me rodeaba, hizo
imaginarme saltar la valla de los desalientos como la ovejita que me bala en
los dulces sueños. Pero en realidad, no era el ternerito lo que me acompañaba,
sino una gran estampida de jabalíes buscando agua en las calurosas noches de
verano. Pocas escenas de las fantaseadas se hicieron realidad desde entonces.
Impensable
que mi familia creciera a tal escala y que los agregados proliferaran como
hongos… impensable que me vería involucrada en entredichos y embrollos propios
de telenovelas sudamericanas. Involuntariamente me encontré perdida en el
laberinto de una nueva vida. Como el
despertar de una inquieta siesta, el pluriempleo selló mis días; madre, ama de
casa y secretaria–limpiadora colmaban las horas del día. Un recién estrenado
embarazo me acompañaba muy de cerca. ¡¡Estupenda aquélla idea la de pertenecer
miembro de su plantilla!!... casi me
cuesta sumergirme en otra gran depresión… si no llega a ser por el
engendrado… Y cuando una medicina, a
veces de efectos tardos, llamada tiempo entró en escena, me permitió ver
más allá de la realidad. Pero lo más importante, entendí y descifré otros
procedimientos –incógnitos ¡claro! -
acerca de mi consorte... ¡todo un melodrama!
Mi
nueva situación también incluía ir un día a la semana de visita a casa de la
familia de mi esposo. Allí se forjaron las historias menos creíbles y menos
demostrables que te puedan referir… Por todo ello, tuve la enorme fortuna de
aliarme con una virtud un poco distante hasta el momento, la paciencia. Tan
bueno marchó, que casi diez años más tarde, ¡aún la practico! y no cesa de darme
satisfacciones…
Ignoraba
quién maquinaba y envenenaba mis fines de semana hasta hacerlos aborrecer,
pero, de nuevo colisioné con mi semblante, y cara a cara con la prudencia. Mi dedo avizor no podía señalar a nadie.
Dudaba como una veleta al viento incierto… Nadie, excepto los que se encargaban
de la tramoya y yo, estábamos al tanto; mi compañero, inocente, cayó una vez
más en la emboscada, y yo, en la oscuridad del silencio… La gran incógnita, de
difícil recurso, se centraba en saber explicarle lo que venía ocurriendo desde
mucho tiempo atrás. Ya barajaba que mis argumentos le iban a sonar a música
fúnebre y los iba a rechazar rápidamente. Desde siempre estuvo fuertemente
coaligado a ellos. La insólita en ese núcleo familiar era yo...
eternamente me sentía como cuerpo extraño en sus organismos, que cuanto antes
había que rechazar. Tenía perdida la partida antes de empezar, y mi relación
con él iba a zozobrar como cáscara de nuez en el mar, y no estaba dispuesta a
ello.
Esta
aventura se asemejaba a la de pretender escalar un iceberg en pleno invierno
polar. Así que guardé en secreto lo de
los biberones, que en el día de visita aprovisionaba junto al resto de bártulos
del pequeño y como arte de magia desaparecían. En el tiempo de permanencia,
afortunadamente sólo era una toma la que correspondía. Opté calcular cuándo
ofrecer la siguiente, siendo ya a la vuelta, en casa. Así que la
correspondiente la preparaba antes de abandonar el domicilio, minimizando en lo
posible los enseres que acarrear y los sobresaltos posteriores… Allí enjuagaba
lo utilizado sin mucho formulismo; recogía y guardaba bien todo en una pequeña
mochilita azul y roja. Más tarde le
dedicaría mayor esmero… Al salir de aquella jaula dominical, con solo sentir el
golpe del viento fresco en la cara, ya estaba algo más liberada de la mordaza
en la que se había convertido mi vida. Todos en el coche. De regreso,
comenzaban a embargarme de ilusiones, almacenando palabras y articulándolas únicamente
en momentos precisos... Y cuando no alcanzábamos más de un kilómetro recorrido
sonaba el teléfono móvil de mi marido. La táctica se convirtió habitual…
-
¡Hijo!, -anunciaba su madre en tono de extrañeza
y preocupación…-¡mira, que os habéis dejado el biberón aquí… ¡
¿Quién sabe?... Todo era posible…Estaba segura de
haberlo guardado, pero…
La estrategia se fue repitiendo casi cada
domingo, a la salida, después de no recorridos más de mil metros… Melodía
familiar del celular…
-
¡…y os habéis olvidado el platito de… - informaba en otra ocasión -
Inicialmente, todo pudiera haber tomado cuerpo y
forma lógica… Con las prisas… pese
tenerlo todo bien guardado… una
distracción… Esta malicia se fue repitiendo con una frecuencia inusual y sin
que ninguno de los presentes levantara una mínima sospecha... nada, nada. Yo ya
estaba empezando a cansarme del jueguecito, suspiraba profundamente y me
lamentaba de la situación. En la
intimidad, a veces buscaba refugio en la mía, porque mi coraje permanecía
secuestrado y la garganta seca, debido a la incansable mudez.
Mi valor ante estas agresiones se había esfumado
con mi alegría, y la confianza con mi pareja quedaba más lejana…
¡Es una travesura genial! –pensaría quién
estuviera detrás de todo. La gran diferencia es que aquella morada de fin de
semana, donde únicamente existían preguntas y ninguna respuesta, sólo la
habitaban personas adultas, y la presencia a infante únicamente la desprendía
mi hijo de muy poco tiempo de edad. Era algo más que una chiquillada. Y
probaron también con pañales…, con el vaso del zumo…, y a no más de mil metros
recorridos…la musiquita del teléfono quebraba la recién estrenada
serenidad. Y yo siempre destacaba como
una madre despistada y olvidadiza. Lo peor de todo - quizás por cobardía- fue, que nunca perturbé la tranquilidad de mi
pareja, que llevaba en sus espaldas todo un historial familiar desde la
infancia. Tanto lo quise proteger, que mi decencia se quedó al descubierto,
confiando en una pronta solución, sin necesidad de llevar el contexto más allá…
Descuidé, por apatía principalmente, mi actitud y talante. Quién fuera estaba
venciendo con mucho acierto y con mucha agudeza. Mi situación se asemejaba al
estanque, inmóvil pero sigiloso. Así mes tras mes, en la antesala de una
oportunidad…
Uno
de esos días… Una de esas tardes con tintes complicados se avecinaba. Aunque el
festival se difundía habitual y la tónica de rutina… Acomodados en el salón,
frente a la puerta abierta de par en par, finalmente pude enhebrar todas las
pesquisas que minuciosamente había atesorado…
Sus dos hermanos abandonan la estancia que
compartíamos. Deambularon por el resto de la casa unos instantes. Coincidieron
de nuevo un escaso tiempo, pero esta vez en el pequeño recibidor. Entrecruzaron
un breve diálogo. Las palabras sobraban. Lo verdaderamente importante se
centraba en que la maniobra volviera a ensuciar lo que restaba de visita y que
la nueva artimaña arrojara sus frutos. Abrieron la puerta de salida, ocupando
el rellano del exterior, junto a las escaleras comunes del edificio. Ella
permaneció unos segundos más donde inicialmente quedaron citados. Y por
fortuna, mi arrinconada suerte despertó de su letargo, encargándose de
demostrar al acoso que estuve sometida…
Recorrió los pocos más de tres metros que la
separaban de su cuarto hasta desembocar allí. En el trayecto portaba oculto
entre sus ropas el abriguito de mi pequeño, que anteriormente colgué en el
perchero. Como un ladrón sin escuela, con la cabeza y mirada perdidas, se
adentró en sus dependencias. Regresó a los pocos minutos, - lo suficiente para
situar la prenda en algún lugar inocentemente visible-. Fuera, su cómplice
perfectamente identificado, le aguardaba. Yo no malgastaba mis sentidos en
otros detalles que no fueran los de semejante espectáculo. Y por el contrario a
lo que pareciera, sí daba crédito a lo que estaba sucediendo. Con estos datos,
le ofrecería a mi marido todo un informe, demostrable -como a él siempre
lo ha querido- de los hechos. No comuniqué de inmediato ningún
pormenor de lo acaecido en la habitación contigua. Todavía no. Preferí callar y
continuar con aquel cine mudo.
Llegó la visita a su conclusión… Me adelanté
al perchero en busca de las ropitas. Constaté que faltaba una.
Así que, con todos los datos recogidos y con la lección repasada, avancé hasta
el centro del pasillo. Enfrente a la puerta que me cubriría de liberación,
transparente como el color de la sinceridad.
Con voz templada, empapada en aires de grandeza
le dije…” Di a tu hermana que traiga de dentro –señalando a sus dependencias- el
abrigo del niño…”. Él sin manifestar ninguna indicación, sin mediar palabra,
acompañando su rostro con infinitas interrogaciones, se dirigió firmemente
hacia ella… “¡Dame la chaqueta de Jose Fco!!”.
Sin más dilaciones, marchó dónde la pusiera, entregándosela a su vuelta…
No hubo más por parte de nosotros dos, tan sólo un regusto agridulce rondando
mis labios abrumados… ¡hasta cuándo!...
La
montaña rusa de la vida continuó con su dibujo más o menos accidentado, donde
las sonrisas y las lágrimas fluctuaban paralelamente. Por deseo personal fui en
busca de otro hijo, aunque el trayecto no resultara un camino fácil. No cejé en
mi propuesta. Los argumentos no residían en mi persona, sino eran unas
convicciones previstas para mi hijito. Yo ya conocía la maternidad y el dolor,
las sinrazones y eventualidades. Pese a todo decidí que era el momento, antes
de que otras circunstancias amañaran mi voluntad. La petición se la efectué a
mi pareja en varias ocasiones. No hablaba mi boca, sino mi corazón. Mi amor
propio, que en contadas ocasiones he verificado su existencia- quedó
convencido, conforme, después de desear implantar en tantas ocasiones la
demanda. El cariño de una madre hacia un retoño se instala desde el momento del
engendro, y mi obsesión ahora se centraba en asignarle compañía, un refuerzo
emocional previsto para el día que… Mi marido, por el contrario, simpatizaba
con un talante diferente, pero esa tenacidad que empleé, se culminó con la
gloria.
Las
situaciones hostiles y desconocidas se agolparon a mi alrededor como
muchedumbre al estreno de una película. Nunca piensas que vas a ser la
seleccionada, pero el destino sin preguntar, se apodera de tu mano como si te apresaran los rápidos embravecidos de
un río. Y yo desde siempre viajando
subida en una nube, ignorando la realidad de la faz de la Tierra… A partir de
este momento, asumí el rebuscar otras verdades que el corazón oculta o
enmascara…pero sin espíritu de lucha, lucha.
Mi
segunda descendencia es firme. Sin
esperarlo, retomé el imprevisto de años atrás…
Acabado el tiempo de gloria en su Escuela,
comenzaría a peregrinar en busca de otro buen colegio para la nueva etapa que
se avecinaba. Ni resultó tarea fácil, ni las opciones figuraban en ningún
manual informativo. Acordé su matrícula en uno cercano de casa. Resultados funestos
provocaron un nuevo replanteamiento de escolarización… No podía permitir que
los esfuerzos y la dedicación recibida en su Cole de Infantil quedaran
disueltos cual comprimidos efervescentes en medio líquido. Consideraba mi ente
timado con la propaganda que me ofrecían, estaba disfrazado, no tenía ningún
parecido al oro… ni que yo fuera una de aquéllas, ¡menuda humillación…! Y antes
de Navidad, después de unos ciclos transcurridos, nuevamente me aproximé al
órgano competente. El recorrido lo diseñé a espaldas de mi consorte en espera
de una clemente segunda parte. Así pretendía demostrarle, en caso de obtener
buenos resultados, aspectos importantes de mi desheredada persona y conseguir
ejecutar las tareas correspondientes, sin presiones añadidas.
Mientras
tanto, el pequeño ya no lo era tanto, y concluye su etapa de guardería. Yo
tenía muy claro dónde continuaría después… pero, a veces no se consigue, por
más que intentes modificar la realidad. Y para hacer honra a mi especie y
prorrogar la dudosa valía de algunas personas, pensé que podría olvidar lo
acontecido e intentarlo de nuevo en el Cole de primaria, donde su hermano…
Sinceramente, no todo fallaba en aquel recinto
dónde años antes J.Fran con su presencia ayudara a ponerlo en marcha el día de la inauguración…
” la chiquillada inundando pasillos y patios, gente de a pie que contribuía con
su presencia a llenar la curiosidad de
éstos… marionetas, pinturillas y personajes sobre zancos hacían de ésa
mañana sencilla, un día para recordar. Aquella escuela, que en nada se parecía
a la primitiva, la reemplazaba su amplitud, la tecnología, dotación de
material… perfectas paredes albinas así lo susurraban… las resbaladizas baldosas a la suela del
zapato, el acceso a la planta de arriba…” , pero a mí me faltaba mi
Ermita…
En
poco tiempo, se me terminó de derrumbar los frágiles cimientos de ése proyecto
tímidamente hilvanado, exento de materiales sólidos y convencimiento incierto.
Una idea fugaz colapsó mis pensamientos, ¡huir! . El profesorado no era el de mi locura, la
directiva y yo, extremos opuestos, y sus pilares estorbaban porque restaban la
visión al entorno… La Seño Elvira, en general, buena docente, voluntariosa y
contemporánea contribuyó a licuar el mal trago, a que la bocanada de ése fuerte
licor tuviese efectos más sedantes.
Pretendí volver atrás y empezar desde el principio, aunque esa mañana
casi invernal, estaba custodiaba por la espera…
los destrozos de mi interior los recogía muy despacito, sin provocar
ruido, y esta vez sin lágrimas en los ojos.
No
lo recapacité más tiempo. Debía ir. Tenía que intentarlo. Cargué mis pulmones de aire y suspiré un
largo tiempo, meditando y coordinando los movimientos…
Allí perseveraba, sólido e intacto a primera vista,
igual que lo dejé. Mis bolsillos portaban mucha inquietud y desorden.
Nuevamente conducía mis esperanzas a ése primer patio, escondido de los
peligros del mundo exterior, donde la inocencia se concentraba como fruta en un
tarro de mermelada. Presentía la adrenalina disparada, casi incontrolable. El
bullicio del recreo en el de los más pequeños afianzaba y robustecían sus
tapias. Entonces recobré mi paz interior, percibiendo cómo la tensión se
esfumaba por la punta de los dedos de mis manos. Con algo de incertidumbre
atravesé la puerta acristalada. Avancé en busca de las escaleras que me
llevarían al piso de arriba. Respiraba con tal ímpetu, como si se tratara de la
primera vez. Y por arte de magia, salió a mi encuentro la Seño de mi primer
hijo. Sin saber por qué al verla empecé a desinflarme, sabiendo que la
posibilidad de encontrarme con ella iba a resultar factible. Mi corazón se
disparó anacrónicamente; controlar emociones con personas incluidas en alguna
faceta de mi vida es un verdadero caos.
No sabía cómo empezar… otra vez yo allí. Me acerqué ¡claro!, y muy
escuetamente le solté el motivo de mi presencia. Mi voz era tenue, sombra de la
tristeza que desprendía. Al concluir la
breve exposición, con su mirada fija en mí, respondió pausadamente…:”¡Sube y
habla con Piedad…!” ¿Cómo?, ¿ha dicho
Piedad? –pensé ¿Piedad?... No recuerdo expresar nada más,
¡bueno! le di las gracias. Era feliz. Me encontré
con la Seño, y la directora actual ya no era la misma… ¡Piedad, ha dicho
Piedad!...
La
preferencia de aquella visita esfumó en segundos. Todas las incomodidades
desaparecieron en un santiamén. Y simultáneamente con cada peldaño que dejaba
atrás meditaba, Piedad ha dicho Piedad… Allí dentro del despacho se encontraba…
De pie, envuelta en papeles, ejecutando su trabajo. Al golpeo de la puerta
anunciando mi presencia, fijó su mirada en quién irrumpía en la
habitación. Me reconoció al instante. No
hicieron falta demasiadas prerrogativas para suscitar una conversación relajada
y afable…¡bien me hacía falta!. Tan sólo y en con idea de romper el hielo,
antepuse la sugerencia de la Seño de Jose Fco. y la propuesta de intercambiar
impresiones.
Con un gesto de su mano me invitó a tomar
asiento. Dos sillas rodeaban su flamante escritorio. Tratamos el tema
desde el inicio, sin tapujos, sin adornar en exceso mi capricho. No aducía ser
únicamente un antojo, alegaba perseguir una mejor formación. La directiva allí
existente, desplegaba principios y disciplinas lejanas de este Centro… Reconocía mi estrepitoso error. Aquél no era
mi sitio. Debía intentarlo…
Sin
dilaciones, palabras concisas me condujeron a una realidad innegable. Me
entregó datos del número de alumnos, aulas, masificación… rebuscó vocablos para
que tal exclusión conservara el sentido lógico… acomodó su dicción ofreciendo
lo mejor de su persona para no herir la mía. No manejaba muchas reseñas de
ella, pero su diálogo desprendía una seguridad que me atraía. No obstante, su
conclusión provocó que me sumergiera en un pésimo escenario, el cual tragué como cucharada de quina. Por último, terminó
con el esplendor de banderillear la faena invitándome para el siguiente curso,
donde las posibilidades residirían en la otra cara de la moneda.
Abandoné
la estancia exhalando un aire secuestrado, que mantuve sobrecogido en mi pecho
desde hacía ya bastantes horas. En realidad, me marchaba muy feliz, pese a no
tener el traslado inminente. Los datos consignados eran más que suficientes
para prolongar metódicamente la espera.
Y una vez más, anduve reflexionando sobre ese rechazo con el mundo que
convivo. Encontré alivio a mis
escoceduras en tal encuentro. Como hierro candente en agua, me rendí ante sus
palabras y su condición de persona. Asumió con enorme gentileza el compromiso de
comunicarse conmigo para ofrecerme nuevos datos si los hubiere, y lo
cumplió. En mis alucinaciones, siempre
me imaginaba embarcada en una canoa por la misma orilla del río Mississippi,
con desniveles y rápidos, hasta que pude vislumbrar la existencia del otro
margen, más parejo y exento de turbulencias…
Los
meses transcurrían con la misma tónica discordante. Al mal funcionamiento del
Centro, se le agregó un nuevo profesional que hacía más inquieta y reafirmante
la espera, el Orientador. ¡Bendito sea, cuándo concluirá esta fábula! Nuevo
tropezón… Era concluyente e inequívoca la opinión conformada…
Último trimestre. Concluye el curso. Un polémico
artículo en la publicación de una revista interna, confeccionada enteramente
por integrantes del Ampa, enturbian aún más las relaciones con la alta esfera.
Nunca formó parte de mí, actuar ofensivamente con ningún mortal de la Tierra, y
aún menos a través de algún medio que no fuera el coloquio, aunque lo
importante para algunos lo fundamentara en buscarle los tres pies al gato, y si
se empeñan…
Lo
pragmático de la recta final, lo que realmente conservé, fue la despedida
entregada, parca de vocablos, y sincera, de su educadora… quedé plenamente
abrumada.
Ya
formalicé la documentación necesaria para que mi hijo formara parte de las
filas del E.E.I. LA ERMITA, así pues, mi interior desprendía serenidad, la cual
celebré con unas salidas en bici. No sólo por dejar entre renglones las
sucesivas tribulaciones y despotismos concentrados en pequeñas entregas, sino
por alcanzar la meta laureada. Justo el día que solicité la renuncia de la
plaza y con objeto de que el traslado se pudiera hacer efectivo, me dirigí con
cautela a la secretaria. Indudablemente me esperaba: “…sí ya sé que no sigues con nosotros – me respondió con un regusto ácido
encubriendo las palabras- … han solicitado el expediente del otro Centro…”. Y
prosiguió, despachando con su jerga vulgar e impropia del cargo que
representaba “…me quitaste a uno y
ahora me quitas al otro…”. Yo, no tenía nada que expresar. Paralelamente, mis labios huraños y exentos
de voz mascullaban, no sólo cometí el error con el primero, sino que lo renuevo
con el segundo…
…quizás
lo intuía. Un nombre rondaba mi imaginación, una profesora tentaba mis
invenciones, pero no acariciaba el capricho… La desilusión me había apresado y
aunque me supe liberar de gran parte de su veneno, aún quedaban fantasías
encadenadas. No obstante, admitía soberanamente, estar cortejada por un recelo
para acabar de una detonación con las fantasías. El dudoso comportamiento de mi
pequeño con su ya antigua docente de infantil, significaba un superávit a tener
en cuenta. Vacilaba y me entristecía por su futura heredera…
Visité nuevamente a la Directora. No cambió
nada en ella. Mismo talante, mismas formas, pensamientos invariables… ¡eso me deleitaba!...
La
Seño Ana por fin, era la candidata ideal ante semejante cábala. No
poseía muchas referencias. Pero ya desde las primeras veces allí, atesoraba un
pensamiento íntimo y secreto, el cual refloté para mi propia satisfacción: ”La
Seño Ana… la Seño Ana posee tras de sí una estela atrayente como un imán… su
imagen atrapa como las ondas expansivas que desprende un proyectil…” ¡y eso me deleitaba!...
Comencé
la escalada por un terreno que, aunque resultaba conocido, asustaba. La subida
no llegó a ser gravosa, ya que la ruta trazada reposaba en el interior de una
sábana de satén. El trazado era el descrito, siendo la fluidez la nota
dominante. Pese a la suavidad del descenso, a veces, le tendría que robar al
aire parte de su frescura para poder continuar respirando. ¡Cuánto calor humano
en sus manos, cuánta ternura en su mirada, cuánto corazón en su corazón…¡“…y
¡ay!, aunque a veces me canso, es esto
lo que me gusta…” - exclamaba con la
razón ensortijándole los dedos… merodeando mis sentidos …
…y
la dosis de ráfagas de luz que sus ojos desprendían, son las mismas que me
ayudaban a reforzar la semilla que depositamos en nuestra anterior etapa. Ella continúa ofreciendo su buen magisterio,
y yo, sigo a mi maestra de la única forma que sé.
Con el paso de los días, lo importante es
tratar de seducir una magia especial para conquistar las curvitas de su
corazón, con objeto de bajar la temperatura a mis neuronas humeantes...
queriendo dar lo que un día no di, rompiendo un llanto apretado… como si el
mismísimo Papa de Roma descansara sus dedos ungidos en una espiritualidad
mística sobre mi cabeza… Después de cada jornada al recogerle a mi hijito bajo
su educación y custodia, es de expresa resolución rozar su halo, apreciar su
sonrisa y ofrecerle mi gratitud y adiós por esas horas dedicadas, y
enriquecidas de vida. Me cuesta obviar. Si no es así, es como si para algunos
el primer plato en un almuerzo no fuera de cuchara, se oye misa y no se comulga
o… En eso se me pierden los días, los que se van y no vuelven.
Las
vacaciones de verano ya están aquí. Cuento los días que faltan para la llegada
del próximo curso. ¡A buen seguro que no todos pensaran lo mismo! Un tiempo
antes, ya me apretaba la garganta la llegada de junio. Y no solo me arrolló ese
mes, también lo hizo el calor, la enfermedad y otra enfermedad de dudoso
alivio, las malas vivencias, la soledad... Incierto infierno este paraíso de
soledad…
Me despido de la Seño Ana. Mis extremidades
apuntan en otra dirección con forme avanzaban en su trayecto, pero desemboqué
sin indulgencia al mismo pozo sin salida. Envuelta en una nostalgia confusa, me
pareció entenderle algo así como pasar a mi pequeño de curso por tener
superados los objetivos de ése nivel, o algo semejante… No presté demasiada atención
a sus palabras. Presumía que la corriente me arrastraba aún con más fuerza
hacia el mismo lugar. Cómo despojar a mi hijo de su Seño, de sus amiguitos y de
lo mucho que le quedaba aprender … no podía ser juez de ese dictamen, su sitio
estaba allí.
En este breve tiempo un conocido recelo,
experimentado otras veces, me recorrió el cuerpo longitudinalmente. Aunque su velocidad se asemejaba a la
propagación del rayo, no obstante, la escueta petición entumeció todos los
músculos de mi frágil persona. Incontroladamente mi corazón lo sentía
disparado…¡no, no, su Seño…!.
Apuro
más los meses. Mi espíritu se siente debilitado. Se oscurece el cielo. Su
tonalidad gris persiste, y aunque me invita a la relajación, sufro hasta poder
canalizar el lado más sombrío. Este extremo se presenta con excesiva masa
opaca. A veces intento prolongar los
minutos, trazar una línea más corta entre la realidad y yo, pero continúo
mendigando y sigo topándome con esta soledad que intento aliviar.
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