lunes, 2 de junio de 2025

                          



                                          LABERINTO

                                                                  

            Soportó la difícil tarea de estar sin su persona el tiempo que le prorrumpía la razón. Intentó dar de lado a la gélida e inevitable ausencia, al inhóspito y agreste olvido. Pero no lo consiguió, ante todo sincerándose a sí misma, porque el fin propuesto no le emergía de la hondura del corazón. De esta forma se topó de bruces con la realidad. Rebuscó entre la poca sensatez que ostentaba en estos casos y creyó resolver la cuestión dándola por zanjada. Con cierta dosis de tozudez, se resistía a enterrar cuanto hubo compartido con Vanessa en aquellos escasos años. Su figura le resultaba sumamente enriquecedora… poseía el encanto de transformar el eco del silencio en palabras reconfortantes, convertir en poco tiempo dóciles las aguas más trémulas. Se aferró con tanto entusiasmo su semblante que arrinconaba sin pensárselo otras realidades. Reconocía, no obstante, un alto frenesí en toda esa nueva situación, pero igualmente y en la misma proporción, no encontraba el bálsamo que le recolocara de nuevo lo más próximo a la cordura. Ignoraba fórmula alguna para detener todo aquello. Se sentía bien.

            Por sugerencia de Vanessa mantuvieron comunicaciones breves, casi siempre en el mismo lugar, casi siempre e un punto fijo, casi siempre de una duración equivalente a la velocidad del rayo, casi siempre con un cariño condensado en el tiempo… siempre envuelto de magia. Su extrema experiencia y madurez les servía de estandarte en este itinerario. Debió observar en Marta cierta debilidad, carencia o vacío que le suscitó promover este nuevo apoyo psicológico como los que acostumbraba su actividad. A sus ex alumnos les reconfortaba una gran satisfacción la noticia de los encuentros con su antigua profesora en un entorno diferente- ya casi de álbum para el recuerdo. Aquella aula de dimensiones fantásticas, dotada de tantos enseres y reclamos dispuestos al aprendizaje, tantos juguetes Marta quedaba embelesada con todo. Por la dulzura, el cariño, la entrega que continuaba mostrando hacia ellos, porque a ella le imantaba su seguridad y se encontraba complaciente con su presencia.

            En su lugar de trabajo Vanessa era como vergel en la superficie lunar. Su encanto lo difundía como polvo de estela, como el reguero incansable en tierra fértil. Así Marta sin llamarlo a la meditación, sin poner trincheras a ése deleite instintivo, se subió a su fulgor, viajando en él cuanto le permitió el trayecto, observando sus secretos, desplomándose ante sus encantos. Vanessa jamás modificaría esa conducta inherente tan propia tan fascinante que misteriosamente le segregaba cada poro de su piel.

            Marta se embriagó esa nueva personalidad en tal enclave y siguió de su mano por un tiempo, compartiendo problemáticas escolares, eventos, incidentes…  Esperaba noticias de ella como rayo de sol en un invierno polar. Y así transcurría el tiempo, más suscitaba en la madre intensos deseos de agradecimiento o correspondencia. A veces experimentaba sentimientos de inferioridad sintiéndose postergada o atrasada pese a las inyecciones incentivadoras con las que con frecuencia Vanessa le disuadía.

 

 

            La necesidad se fue forjando al pretender aumentar o consolidad esos lazos de concordia. Paralelamente se crearon otras. Todo aparentaba ser agradable. Y no entrevió nada más entre esas fronteras. Pero despertó de ese letargo por unas neuronas atrofiadas por el tiempo con una alarmante leyenda invisible que decía…Has sobrepasado los límites de mi espacio”. Y conociendo a Marta ella ni siquiera hubiera calculado esta dimensión. Quizá por ahí empezó a desvirtuarse toda la diligencia.

            Meditaba cualquier medida que le embargara el pensamiento.  Su semblante se igualaba a una fiera enjaulada. Deambulaba entre la rutina diaria con un aspecto cansado, ido, tal el que no duerme en tres días, y con una huela al fracaso absoluto zarandeándole tercamente la consciencia. Entonces comenzó a emprender otros compases de los que creía más atinados y de los que esperaba una mayor ventura. Anhelaba desviar de su mente esa sensación de reincidente por mala conducta persecutoria y cansina que como la sutileza de un pecadillo inocente, se hubo instalado ciegamente en sus sentidos.

Marta abatida llegó a la conclusión de que sea cual fuere la pretensión solicitada, era la misma que le inducía al fracaso. Y llegaba tanto a incomodarle como el llanto pertinaz de un niño. Pero de lo que si estaba +plenamente segura era que nunca se libraría de su hado que le merodeaba incasablemente como la oración del trapecista en el triple mortal.

Rebuscaba entre sus adentros errores mayúsculos o traspié que resultaran ofensivos, conversación o gesto equivocadamente articulado.  Siempre hospeda en su consciencia alguna cuestión que le inducía al arrepentimiento, pero no por poner en tela de juicio sus propósitos, sino porque nunca localizaba una puerta segura donde esconderse. Ocasionalmente imitaba situaciones vividas en su piel con anterioridad, expresadas por otros pero llegaba igualmente al fracaso incontestable. Se suponía torpe.

Y es que Marta no entendía a la gente que le rodeaba de forma particular ni la del planeta en general. No comprendía a nadie… a veces ni a ella misma. Creció entre la selva virgen, en su burbuja estéril e infranqueable a cualquier intruso. Todo lo demás tenía un extraordinario parecido a la gaviota aturdida que llegó por error, ¡claro! Al mismísimo Madrid.

Dada la afinidad existente entre ambas y el cariño que la profesora dedicaba a sus alumnos, entrañablemente estos le invitaban a casa a tomar café o a darse un baño en la piscina. Pero el éxito jamás recayó a ese borde de la tapia. La madre de éstos deseaba servirle con el mismo grado de atención y afecto que ella les dedicaba. Aunque una vez más todo pareciera se descabellado, navegar por lo desatinado era la tónica general. Marta escuchaba en silencio los pequeños secretos que Vanessa le confesara que asimilaba, callara y respetara. Sus movimientos y haceres pudieran traducirse en algún momento como mal interpretados sobrepasando los límites de la desilusión y desencanto. Reconocía no agradar lo que en un principio empezaba a plantearse, “ir soltando amarras” porque ya no aportaba nada atrayente y positivo a Vanessa.. Y cómo la ola que golpea la roca una y otra vez evocaba el pensamiento de los límites y el espacio.



           ESTRELLA  DE  ÁNGELES  BAMORE

  

                            

 

 

                                    

 

                                    




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